sábado, 26 de marzo de 2016

De religión y opiniones

Me gustan mucho las celebraciones religiosas. Soy católica y aunque no soy de esas que va a la iglesia y definitivamente me gusta cuestionar esto y aquello, agradezco infinitamente a mis padres el haberme inculcado la religión durante toda mi vida.

Estamos en Semana Santa y el ambiente que se vive en el aire te acaricia el corazón aunque no te des cuenta, pero no sólo por el significado, sino por la energía que en estos días envuelve a la mayoría de las personas. La festividad, el descanso, la emotividad de la representación de la pasión y muerte de Jesucristo se envuelven en personas de diferentes religiones y creencias para hacer un solo cúmulo de energía positiva que te abraza suavemente de tanto en tanto. No sé si alguien lo nota o sólo es mi impresión.

Hablar de religión siempre es difícil y lo comprendo, yo misma he sufrido mis altibajos emocionales en cuanto a este tema, pero el tiempo me ha dado el respingo de madurez que necesito para analizar cada situación de diferentes perspectivas y no sólo quedarme en una sola y cortante respuesta.

En mi caso la institución eclesiástica como tal no me da mucha confianza, la soberbia de los padres, la opulencia de la sede religiosa, la mala actitud de aquellos quienes se sienten más cercanos a los padres me hacen pensar que, a pesar de la naturaleza de la religión, el poder sigue siendo poder y el humano es corruptible siempre.

Sin embargo cuando la gente menciona que no les darán a los niños la educación religiosa hasta que ellos decidan hacerlo en una edad en la que tengan la madurez suficiente, siento que cometen un tremendo error. Es indudable que la religión da a los niños ciertos valores que las familias a veces olvidan mostrar, además de otorgar los beneficios de la oración, como la energía positiva y la sensibilidad que transmite.

Luz es luz, no importa de dónde venga, y la luz nos hace humanos... pero ésa es sólo mi opinión.